Reglas

1.- Los prompts se publicaran cada domingo
2.- Cada historia deberá publicarse a más tardar a las 12:00 de la noche del viernes siguiente.
3.- Cada historia debe ser de un máximo de 750 palabras. (no incluido el título en su caso)
4.- Al aceptar el prompt, es necesario dejar un comentario en el mismo como compromiso de publicar la historia.
5.- Agregar a su post con la historia la etiqueta "cuento " y luego su nombre.

viernes, 29 de octubre de 2010

Dubitabilis Christi

Entre los breñales del campo árido y pajizo, en medio de una improvisada cueva infantil, de ramas y piedras, estaba sentado, con los brazos cruzados y el rostro embebido de tierra y sudor salado que me escocía los ojos. Por más incomodo que fuera no saldría de mi refugio contra la maldad infantil.

-No soy tu a amigo. Escuchaba repetirse una y otra vez, hasta el infinito; llegué a pensar que la voz podía reflejarse como la imagen en un espejo que proyecta sus formas hasta distancias inconmensurables.

-Me junto contigo para no estar solo. No soy tu amigo.- Dijo el mocoso unos meses más grande que yo, con el que todas las tardes jugaba en la casa de campo de mi abuelo. Hace ya mucho que ese tiempo finalizó.

Pronto las tardes fueron menos soleadas y regresé a mis muros del centro de la ciudad, dónde la única compañía era el alto librero que no podía alcanzar. Cientos de hojas blancas, unas cajas de colores y pinturas.

Cuando las tardes eran lluviosas, en particular aquellas con truenos, me quitaba los zapatos y comenzaba a escalar las repisas del librero, descubriendo en ellas viejas fotos empolvadas y uno que otro cachivache que tomaba como motín. Al ya sentirme bastante alejado del piso de mosaicos rosas, intuía que la zona de los grandes libros estaba cerca, solo bastaba alzar la mano y tras un leve golpe, un volumen caía estrepitoso contra suelo, se confundía con el trueno y su polvo con los nubarrones grises que cercaban la ciudad.

Aun descalzo me refugiaba en los sillones y abría el pesado libro en la parte donde las figuras eran belleza y adornadas con listones o con su misma desnudes, pero entre todas ellas encontré un ser que habría sus brazos al mundo, a mi mismo. A veces triste, otras feliz, pero siempre mío.

Sin embargo la soledad era pesada; de cuando en cuando, necesitaba un compañero con el cual compartir mis imaginadas aventuras por las colinas de Megido o las desilusiones que sufría al esperar en las escaleras del Kinder, el viejo pero macizo carro sesentero de mi abuelo.

Así que un día, dice mi madre, y yo mismo lo recuerdo, tomé cinco o seis hojas y uniéndolas dibujé sobre ellas su imagen, así, de una forma u otra era más tangible. Otras, cuando lo creía distante, agrupaba las macetas de mi Tita y enredaba en ellas las luces navideñas, esa era mi humilde llamada; un incipiente altar de amistad.

Pese a ello verle me aterraba, sus almendrados ojos, grandes y fijos me observaban, pedían ayuda desesperada, pero seguía mi camino de mano de mi Abuela y fingía no verlo, sin embargo a través de esos pasillos con olor a incienso era imposible no verle. Aquí y allá, con el rostro compungido de tanto amor.

Incluso después la mitad de la vida que llevo recorrida le llamaba, y el respondía logrando calmar mi angustia.

Pero nunca verdaderamente (y hoy lo sé) estuvo físicamente a mi lado. Pasaron los años y lentamente sus palabras fueron más queditas, llegando a lo inaudible.

Me olvidé de él por años, y si por una u otra cosa alguien me lo traía a cuenta, renegaba de su recuerdo. Olvidé el pasado y de las memorias suyas no permaneció un ápice.

Siendo ya mayor y camino a casa de un amigo, este real, o en apariencia lo era, descubrí, al cruzar del umbral de su puerta, y cuando la luz dorada se hubo disipado; allí, sobre el sillón bermejo un cuerpo; vejado pero hermoso, traspasado y sangrante, me preguntaba si sus formas fueron trazadas por Ángel Zárraga o Podesti, pero no había trazo, era de carne fresca y blanda, cabello de acanto y cristalinos ojos, pero sobre todo de corazón palpitante. Lo había recuperado.

Me estudió un rato y se sentó a mi lado; era el de siempre, impávido, divino. Sus manos sangrantes, la mirada cansina y su voz que en un murmullo me decía: ahora sí tenemos tiempo para conocernos mejor… acepté con una sonrisa cómplice.

Pero una vez que hice como Tomás, e introduje mi dedo en la carne preternatural, a fin de cerciorarme de la veracidad de su apariencia, descubrí que ciertamente había recuerdos, dolores y angustias. Pero malamente creí en el estigma de su falsa pasión y acompañe sus catorce terribles pasos, antes bien desde aquel momento debí darme cuenta de que él no existe. Al menos no en carne…